Perfume de…pastelito.

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Ingeniero recién graduado, asignado a Maracaibo por un año, con viáticos, carro, soltero y pinta de sifrino de El Cafetal. Alojado en “El Convento”, un prestigioso y severo hotel marabino donde a los solteros nos separaban por pisos de acuerdo con el sexo, para evitar escarceos amorosos. Y a las parejas les solicitaban certificados de filiación antes de permitirles compartir una pieza. No era fácil…pero tampoco imposible. Me sentía como el camello bíblico, pero no por rico sino por varón tratando de entrar en el Reino de las Cielas. Cada mes me correspondía un pasaje para reencontrarme con mi familia y mi novia. Al principio viajaba par de veces al mes. Luego lo fui espaciando. El bendito trabajo…JaJaJa.

Mi habitación era un apartamento de soltero. Hasta había camuflado una cocinita eléctrica para calentar mis enlatados. Nunca he sido muy aficionado a la TV, pero la dejaba encendida para sentirme acompañado. Era una época de fantasías. Me acompañaba la ternura de Caridad Canelón y Mayra Alejandra. La sensualidad de Hilda Carrero. Y la voluptuosidad de Herminia Martínez, Tatiana Capote, Hilda Abrahamz y algunas otras curvas que rebotan en mi memoria. Las malas…pero de las que me gustan. Nunca las olvidaré por lo que representaron para mi momentánea soledad.

Los fines de semana el hotel abría sus puertas al público para disfrutar una parrillada alrededor de la piscina. No faltaban muchachas con ansias de conocer a los turistas. Y allí estaba yo. Me vinculé con una joven morena de muy buenos sentimientos, dispuesta a mostrarme los encantos de la ciudad y algo más. Preguntó por mis gustos y concertamos una cita para salir a bailar. Cual sería mi sorpresa al recogerla, que la acompañaba una amiga. Sin preguntar me explicó: “El bolero para mí y la salsa para ella”. Me divertí mucho con la ocurrencia.

En la próxima cita le advertí que solo sería de boleros. Me coloqué una sobredosis de un perfume de moda. Acababan de inaugurar el primer lugar de fondue de la ciudad y me pareció una buena oportunidad para engatusarla. Queso fundido para mí y carne hirviendo para ella, lo cual nunca ha sido mi predilección por la atmósfera de aceite y la amenaza de una gota mal direccionada. Sin embargo, estábamos en Maracaibo donde las frituras están a la orden del día. De seguido fuimos a bailar…boleros por supuesto. A medida que la noche avanzaba la distancia se acortaba. Ya nuestras mejillas se habían conocido cuando escuché un susurro…” Oléis divino”. Inmediatamente le repliqué complacido: “¿Te gusta mi perfume? Me lo puse para ti. Es Paco Rabanne”. De seguido me contestó: “Noooo. Oléis divino. Oléis a pastelito”. Que cruda, contundente y grasosa realidad.

A partir de ese momento el refinamiento se derrumbó dándole paso a los arrabales. Y el camello logró pasar por el ojo de la aguja. Pa que vos veáis…

 

Gerardo Antoni Taborda (gAt)

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