Mascaradas … en Boconó.
El Carnaval fue la excusa para ponernos en movimiento a un cálido destino al pie de Los Andes: Boconó.
La festividad era anunciada como “internacional”. Los amigos lugareños testimoniaban su trascendencia.
El viaje transcurrió sin novedades a pesar de la multitud rodante que buscaba reencontrarse con familia y afines.
Amaneció radiante, con un frío que empapeló el cielo de un azul virginal.
Al caer la noche, los ojos hicieron lo propio.
El madrugón estaba cobrando efecto.
Afortunadamente ya estamos en la Mesa de los Cedros; cerca de Boconó; pero no me confío. Me orillo ante la primera luz clamando por café.
La gentileza andina se inclinó ante los fogones, prometiendo una infusión recién colada en tacita de loza.
La impaciencia se disipa ante la gratísima conversa con “Don Señor”; anciano enjuto de huesos afilados. Su cuerpo se ha quedado en los sembradíos con el transcurrir de los años, pero su mente sigue inquieta.
Me muestra orgulloso su rockola que además de lo tradicional ( LPs ), es capaz de interpretar discos compactos. Además tiene un sistema de luces que se desliza sobre un piso de cemento pulido. Nunca imaginé conocer un DJ de tan avanzada edad.
Ya huele a café; pero las palabras no dejan de ebullir.
Ahora le toca el turno a las cajas de LPs y a las botellas antiguas.
La joya de la corona es de cerveza Zulia, y data de 1940.
La verdad es que ya el café resultaba innecesario. “Don Señor” me colmó de energía.
Nos espera Doña Margarita, con la sonrisa y el humor de siempre.
Ante la presencia de los Bastidas es imposible añorar el lobo estepario que se aloja en cada uno de nosotros.
Una sopa humeante de granos y los famosos pasteles que le han dado fama y sustento desde sus años mozos; fueron el preámbulo de una noche reparadora.
No podían faltar los panes caseros, la cuajada y un café cremoso.
Ya son las 5 A.M; y aún cuando los gallos duermen, la Iglesia se anuncia a campanadas. Qué manera tan estridente de recordarnos la presencia de Dios.
Es sábado de mercado. Me dirijo al campesino. Nos adentramos en un laberinto de olores y en un desorden de colores, donde las especias y vegetales están desparramados por el piso. Es la costumbre.
Café molido a la vista, y los campesinos con sus reses
Iniciamos el recorrido con turismo gastronómico: carabinas, hallacas de carne, pasteles variados, picante bien condimentado con maguey y el diablito que lo adorna, y arepas de maíz amarillo pilado; asadas a la leña. No estamos solos. Nos rodean caras curtidas de poco hablar y buen comer.
Refrescamos recuerdos, con placentera obligación:
• Museo Trapiche Los Clavos; para apreciar su arquitectura, legados ancestrales con olor a papelón y café, muestras de arte popular con la religión estampada en todo su colorido, y artesanos sobre el telar al ritmo frenético de la lanzadera bailando de un extremo al otro.
• Laguna de los Cedros para volar sobre garzas, o deslizarse sobre tortugas en la búsqueda de la magia de los momoyes (1). Y en el camino encantado se endulzan las ilusiones con helados de coco y mora en trozos.
• San Miguel; pueblo que se erige alrededor de una Iglesia que le ha dado notoriedad por ser un monumento histórico arquitectónico; así como por sus fiestas religiosas en la época decembrina: festividad de los Reyes Magos y Pastores. Ventanas abiertas al pasado, para asomarse e impregnarse de tradiciones e historia.
• Burbusay; pueblo entre vientos. A su espalda colinas áridas, y de frente sembradíos que enverdecen las colinas.
• Santa Ana; sede del histórico encuentro de Bolívar y Morillo para la firma del armisticio que “civilizó” la guerra entre España y Venezuela; olor a colonia y un café tan presente que hasta sus calles se convierten en patios de secado.
• Caminos bucólicos, donde los sembradíos están anclados sobre repisas de nubes.
Ahora sí, nos acercamos a la feria para apreciar la elegancia marchante de los caballos de paso. Viril fortaleza guiada con maestría por jinetes simbióticos.
Las carrozas y comparsas se demoraron hasta la saciedad. Solo pudimos apreciar la multitud ansiosa y el asomo de una gala de disfraces y máscaras que revelan nuestros más bajos y genuinos instintos.
El momento cumbre del viaje transcurrió en la casa curtida de Gumersinda; afable y centenaria señora; donde celebramos la edad dorada de Marisol; insigne caminante y flor inmutable del Jardín de Venezuela; quién volvió a corretear por los patios de su infancia.
La cocina tapizada de la tizne y el olor del humo tiene un oscuro encanto; al igual que el pulido fregadero de piedra y un bahareque que sigue resistiendo a las inclemencias. Varias generaciones de la familia están de cuerpo presente, y el resto en bellísimas fotos retocadas. El cuarto de la anfitriona está blindado con un altar de figuras religiosas.
El disfrute fue parejo y repetible. Y de lo internacional … solo me queda el vallenato.
gAt
(1) Momoy: Duende que cuida los ríos y lagunas.