Cada paso cuenta.
Salía de un Centro Comercial abrazado a la juventud de mi hija menor.
Ya estábamos en el carro, cuando un señor de muy avanzada edad, apoyado en una andadera y en su soledad, cruzaba delante de nosotros por el paso peatonal.
Reflejaba una inmensa angustia.
Su avance era milimétrico y el corneteo así lo atestiguaba.
Luego de minutos que a nosotros nos parecieron cinco, y a él una eternidad logró traspasar los 3 metros del rayado.
Al pasar a su lado nos miró con súplica y tocando el vidrio balbuceó: «¿Me pueden llevar a la esquina?».
No me era posible razonar, solo acatar.
Un vigilante me observaba y mi hija utilizaba su lógica cartesiana.
Frases iban y venían y yo enfocado.
«¿Donde está su familia?», «¿Estará en su sano juicio?», «Te pueden demandar».
Y yo solo me preguntaba: «¿Y donde queda la esquina?».
Finalmente me bajé del carro y procedí a ayudarlo.
Estaba limpio y bien vestido; y se veía lúcido pero asustado.
Solo decía GRACIAS, GRACIAS … y más GRACIAS.
El tiempo que tardé en doblar su andadera y flexionar sus piernas para acomodarlo en el asiento, superaron con creces el trayecto.
La «esquina» eran escasos 30 metros. Justo donde se encontraba la taquilla de pago del estacionamiento. Nadie lo esperaba.
Así como entró se bajó, con dificultad. No cesaba de agradecer. Eso sí, no contestaba ninguna pregunta.
Volvió a aferrarse a su andadera como un salvavidas a cuestas.
No volvió a mirarnos, y siguió en su milimetría.
Mi angustia seguí siendo la misma, pero en sus ojos y voz percibí que para él, treinta metros habían hecho la diferencia.
No sé por qué lo hice, pero quizás en mi subconsciente volví a mis andares.
En ocasiones el cansancio o las lesiones hacen pensar que la meta es imposible, y esperamos la providencia;
que la mayoría de las veces se manifiesta en el ánimo de los compañeros y en nuestra determinación.
Al final cada paso cuenta.
Necesito imaginarme un final FELIZ. Amen.
gAt