Una culebra en mi camino …
Se encendía la noche en las puertas de El Avila.
A lo lejos una sombra se movía con frenesí sin causa aparente.
La proximidad me reveló más de un metro de tragavenado aplacándose en las manos de un indigente que regresaba de un baño en la quebrada.
No sé si fue la proximidad del tráfico, la caricia virginal o el anís del domador; lo que crispó los dientes de la culebra que se estamparon triangularmente sobre su “manidad”.
A pesar del dolor, finalmente se impuso el corazón, y para evitar un desenlace del más allá, el reptil fue devuelto al guardaparque que providencialmente venía cerro abajo para que la devolviera a la espesura.
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